Por: Alfredo Prieto
De un tiempo a esta parte, la diáspora ha venido produciendo relatos propios que dan cuenta de nuevas identidades y conceptos. Se trata de un conjunto de textos que no puede ser entendido a cabalidad si se desconocen los procesos de construcción de identidades y subidentidades típicos de la sociedad global norteamericana, en la que categorías como descentralización, multiculturalismo, fragmentación, diversidad y pluralidad constituyen movidas de péndulo ante el ideal del crisol o melting pot, uno de los más socorridos del imaginario blanco, anglosajón y protestante (WASP, por sus siglas en inglés) y, en definitiva, de la cultura dominante desde que Thomas Jefferson y los fundadores del Estado nacional visualizaran la asimilación como salvaguarda para seguir existiendo en el futuro.
Este debate se encuentra a su vez sobredeterminado por los procesos de construcción de identidades en el contexto de un mundo globalizado, fenómeno que ha alterado los mapas culturales tradicionales y, por supuesto, las maneras de pensarlos.
Voy a abordar aquí “la condición cubano-americana”, un tema sobre el que se necesita conocer más en la Isla para poder estudiar con mayor profundidad, por ejemplo, la literatura que allá se escribe y para responder preguntas como estas: ¿Escribir en inglés, soñar en cubano? ¿Puede considerarse a escritores como Oscar Hijuelos y Cristina García integrantes de ese conjunto denominado literatura cubana, a pesar de escribir en inglés? ¿Es legítimo el empleo del Spanglish o Ingleñol como lengua literaria? ¿Se puede llover al revés, intentar el regreso a Cuba en un bote desde el sur de la Unión y bautizar a la ciudad cubana de Cienfuegos como One Hundred Fires sin escandalizar al prójimo? ¿Qué implica exactamente el estatuto bicultural? Las polémicas sostenidas hasta hoy entre ambos lados del Estrecho, y las que seguramente sobrevendrán, constituyen un claro indicador al respecto, pero también evidencias de un diálogo necesario entre dos culturas, durante mucho tiempo separadas por la incomunicación y los estereotipos mutuos.
No revelo nada nuevo si afirmo que la autopercepción más generalizada entre los cubanos rechaza, tajantemente, la condición de latinos o hispanos que le otorga el mainstream: “Yo no soy latino, soy cubano”, se lee con frecuencia en camisetas y calcomanías que pululan por el South West de Miami. Pero no es raro escuchar autodefiniciones distintas entre gente que asiste al exclusivo restaurante YUCA --las siglas en inglés de Young Urban Cuban-Americans--, famoso por sus peculiares ofertas de la llamada “New Cuban Cuisine”, compuesta, entre otros platos, por yuca rellena con picadillo de champiñones, costillas BBQ con salsa de guayaba, y frijoles negros servidos con pancakes y sour cream, a todas luces una herejía para los ancianos de la Calle Ocho y el Parque del Dominó.
YUCA es, lector, un símbolo de la cultura de la hibridez, esa que caracteriza a una nueva generación que ya va teniendo una identidad diferenciada. Nacidos en los Estados Unidos, se educaron en inglés y no vivieron en carne viva la construcción de su cubanidad dentro de la Isla, que le ha sido transmitida mediante la oralidad familiar, la tradición y la reproducción cultural del enclave de Miami. Se consideran a sí mismos cubano-americanos --y en algunos casos, curioso, simplemente “miamenses” o “Miami Cubans”--, y su relación con la tierra de sus abuelos y padres no está muy mediada por la obsesión de los micrófonos abiertos, sino por una mezcla de curiosidad, imaginación y búsqueda de sus raíces.
Se trata de una narrativa que elucubra a una “generación 1.5” mediante presupuestos dudosos, afincada en la “mambomanía” de los años 50 y en un personaje como Desi Arnaz, el protagonista cubano de la popular serie televisiva I Love Lucy, convertido en una suerte de arquetipo del cross-over. No afirmo que aquella transición generacional no exista: es, de hecho, una realidad y un hallazgo de la sociología, lugar desde donde el académico Gustavo Pérez Firmat construye su Life on the Hyphen; pero en los Estados Unidos buena zona de la crítica lo ha bombardeado por considerar su propuesta light, clase media, psicológicamente proyectiva, por excluir a la variedad racial y social de los cubano-americanos que allá viven, trabajan, pagan impuestos y, en fin, por constituir un ejercicio nostálgico del Miami anterior al Mariel.
Buen intento, Gus, pero el asunto es más complejo.
Tomado de 7 días. com.do
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