8/4/08

Boceto de nuestro tiempo

Por: Enrique Soldevilla

Antiguamente –quiero decir ayer- la democracia se realizaba de otra forma. Hoy, una nueva convicción democrática remueve poco a poco los cimientos de la práctica política del siglo XX, que intenta pervivir en el XXI. Lo digo porque veo que se mueve una tendencia irreversible en la profundidad de los reclamos de mayor participación ciudadana en los asuntos públicos. El fenómeno ocurre tanto en los países capitalistas como en los que se desenvuelven animados por los principios del fenecido socialismo real; son reclamos que se manifiestan en múltiples áreas del quehacer sociopolítico y económico en respuesta al agotamiento -en ambos sistemas- de los tradicionales modos de vinculación Estado-sociedad o de la obsoleta gestión administrativa del poder. Y como las nuevas centurias suelen venir preñadas de esperanza los ciudadanos, sin distinción de raza, credo o nación afirman: el mundo tiene que cambiar.
Algo tan intangible como la “postmodernidad” se ha concretado en un Nuevoevo de tecnologías comunicativas que, para bien, modifican los estilos de vida y de trabajo. El neoliberalismo no tiene éxito porque amplía la brecha del desarrollo económico entre ricos y pobres, en tanto el estatismo y el populismo acostumbran a que el gobierno resuelva los problemas de la gente, y la gente no produce. Sin pretenderlo, extinguen al homo faber.
Las reservas de hidrocarburos anuncian su final y los pocos que las controlan especulan con sus precios perjudicando a la mayoría de las naciones. Late el chovinismo disfrazado de mundialización. Se globaliza la irresponsabilidad del desarrollo y la ecología del planeta sufre. Por eso muchos se agarran de sus dioses, exclamando nuevamente que el mundo tiene que cambiar.
En América Latina resurge un pensamiento de izquierda, diverso en posturas, al que Dieterich denomina Socialismo del Siglo XXI, una amalgama de principios humanistas y encantamientos populistas asentados en la economía de mercado.
Sin darnos cuenta estamos viviendo una etapa de la historia en que señalamos lo que falta y relegamos lo que se necesita. Entonces, ¿qué tendría que cambiar el mundo? Mi respuesta se reduce a cuatro palabras: la actitud de todos.

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