19/4/07

El centenario de Raúl Roa

Por: Graziella Pogolotti

Fue uno de los más brillantes cancilleres de todos los tiempos. Encarnaba la mejor tradición intelectual latinoamericana, forjada en las luchas por la independencia, capaz de articular en un estilo original y creativo cultura y política. Llevó el verbo de la barricada a los cotos exclusivos de la diplomacia, a las asambleas de Naciones Unidas y a las arenas movedizas de la OEA. Su amplio dominio del léxico castellano le entregaba un vocabulario eficaz para fustigar a los adversarios y, cuando las palabras no le alcanzaban, acudía a la invención con ingenio y maestría.
Raúl Roa asumió el Ministerio de Relaciones Exteriores cuando ya había traspasado la mitad del camino de la vida, siempre juvenil entre los jóvenes barbudos que protagonizaron la lucha insurreccional contra la dictadura de Batista. Un largo aprendizaje lo había preparado para el encuentro con el proyecto social soñado desde una edad temprana. Profesor de historia de las doctrinas sociales, se movía con soltura en el campo de las ideas, desde la antigüedad greco-latina hasta Rousseau y Marx, sin olvidar a los maestros del pensamiento de nuestra América. Transgresor en la palabra y en el gesto, en su etapa de profesor universitario ejercía su magisterio más allá de las fronteras del aula. Abrazado a libros que le fueron siempre inseparables, su delgada silueta se destacaba en el entorno neoclásico de la Universidad habanera rodeada de jóvenes en ameno diálogo donde se entremezclaban el conocimiento en el terreno de las humanidades y el rico anecdotario fundado en una memoria viva. Sus textos y su conversación trasmitían el rico legado de una generación crecida al calor del combate contra la dictadura de Machado. Eran los aires de una revolución que se fue a bolina, según su caracterización lúcida y definitiva, aunque dejara su huella en la rebeldía y en el pensamiento antiimperialista.
Tenía Raúl Roa algo más de veinte años y se estaba estrenando en la vida cuando Gerardo Machado consumó la prórroga de poderes y precipitó una confrontación que dejaría un rastro de mártires y aceleraría la radicalización del pensamiento político. Una generación emergente maduraría en surco de fuego. Muchos de sus coetáneos acabaron por transigir y entrar en los rejuegos de una política corrupta. Pero Roa se mantuvo fiel a sus ideales juveniles, lo que significaba permanecer fiel a sí mismo, a las exigencias de una conciencia irreductible. Rasgo esencial de su personalidad, la lealtad se tradujo en devoción permanente por Rubén Martínez Villena, a quien dedicó años de estudio, aún en medio de su intensa labor como ministro de relaciones exteriores. Con Pablo de la Torriente Brau compartió el desenfado en la broma, la trompetilla castigadora que acechaba a los tránsfugas y a los serviles, el gusto por una prosa colorida hecha de las mejores tradiciones de la lengua y del sabor refrescante del habla popular. Compartió también con Pablo las angustias de una izquierda militante que no encontró acomodo en partido alguno hasta que la Revolución cubana dio cauce a sus aspiraciones.
Pocos recuerdan, sin embargo que, para Roa, política y cultura integraban una unidad inseparable. Los escritores y los artistas formaban parte de su más entrañable círculo de amigos. Asociado a una generación de revolucionarios, sus inquietudes intelectuales lo acercaron a las vanguardias artísticas. Su importante colección de cuadros es testimonio palpable de vínculos establecidos desde la admiración y la amistad. En ese territorio, su amplitud de miras no conoció las limitaciones del sectarismo. Simpatizó con la imaginación delirante de Samuel Feijóo, con el espíritu desgarrado de Emilio Ballagas, con la entrega laboriosa de los poetas de Orígenes. Observaba, en la multiplicidad de tendencias, los hilos que iban entretejiendo la cultura nacional.
Durante su breve paso por la dirección de cultura del ministerio de educación, en el alborear de los años cincuenta, sentó las bases de una política para el sector. Sin abandonar la publicación de clásicos cubanos del siglo XIX, concedió atención particular a los autores contemporáneos. Sacó del ostracismo voluntario al poeta José Z. Tallet y divulgó las obras de Pablo de la Torriente Brau. Patrocinó la edición de dos ensayos definitivos para las artes plásticas nacionales, el estudio de Fernando Ortiz sobre Wifredo Lam y el de José Lezama Lima sobre Arístides Fernández. Apeló a la generación veinteañera para animar, mediante brigadas, la silenciosa vida cultural del país. Con escasísimos recursos, el proyecto se inspiraba, de algún modo, en la experiencia de las acciones de José Vasconcelos en el contexto de la revolución mexicana y coincidía, en su proyección, con los sueños de los escritores y artistas cubanos.Su fidelidad insobornable al compromiso radical de una generación crecida en la lucha contra la tiranía de Machado y alentada por un ideario antiimperialista, lo llevó a ejercer un periodismo de opinión, apegado a los grandes temas nacionales e internacionales de la época. Cada momento histórico requería distintas formas de combate. Recogidos en libros, los artículos de Roa ofrecen el testimonio de un tiempo. Aunque una revolución se hubiera ido a bolina, la semilla permanecía en una memoria que debía preservarse. En sus apuntes escritos al calor de la cotidianeidad y en sus libros de mayor alcance fue, sobre todo, un excepcional retratista. Dejó imágenes vívidas de sus contemporáneos y de los personajes rescatados de la historia, agigantados entre las sombras y luces de sus inevitables contradicciones, como su abuelo mambí o el tan olvidado marqués de Santa Lucía, envuelto en los fragores del debate sobre la Enmienda Platt.
Inmerso en el complejo entramado intelectual cubano de la república neocolonial, el futuro canciller de la Revolución desarrolló asimismo un vínculo estrecho con personalidades imprescindibles de la América Latina. Exiliado en tiempos de Fulgencio Batista, procuró el amparo a otros exiliados del mundo, a los refugiados de la república española y a los perseguidos por los represores del Continente. Su conocimiento de los problemas de nuestra América no se limitaba a una información libresca. Pasaba también por la insustituible vivencia personal. Polemista entrenado en las contradicciones de nuestra vida republicana, dispuso de armas eficaces para animar el debate en la arena internacional. La Revolución devolvió arrestos juveniles a una inteligencia madura. Por eso, fue uno de sus protagonistas, representación viva de una continuidad histórica.

2 comentarios:

cubanerías dijo...

Gentleman, muy bueno que hayas puesto este tema. Si supieras uno de los escritores que más vocabulario me enseñó fue él , es decir la lectura de sus libros. Había que leerlo con un diccionario al lado. Considero que fue un gran ensayista y muy polifacético.
Estaba un poco olvidado, para el papel que jugó en aquellos años de efervescencia, pero parece que le van a hacer justicia.
Por si no lo sabes, te informo que el último número de La Jiribilla, está dedicado a él.

http://www.lajiribilla.cu/

Saludos para ti, cubanerías.

Enrique Soldevilla dijo...

Gracias, Cubanerías. Honor a quien honor merece. Roa fue una personalidad imprescindible de la cultura cubana, incluida la política. Fue meta y punto de partida pues con el, a mi juicio, concluyó culturalmente el siglo XIX cubano y empezó el XX.