23/8/07

Una historia de amor en La Habana

Una majestuosa mansión nace de una bella historia de amor que a principios de siglo conmocionó a la sociedad habanera. El escándalo sin embargo no pudo detener una pasión que, respaldada por el mejor de los sentimientos, el amor, llegó para quedarse y llevar a sus protagonistas a acontecimientos inusuales en la época.
Ella, Catalina Laza del Río Noriega, natural de Cárdenas, Matanzas; una mujer descrita por la prensa como “La Maga Halagadora”, ganadora de concursos de belleza, admirada por sus grandes ojos azules, su piel de nácar y su hermosa figura. Se casó en 1898 en Tampa, EEUU, con Pedro Luis Estévez Abreu (hijo de la patriota Marta Abreu y del Vicepresidente de la República) y al finalizar la Guerra de Independencia se establecen en La Habana, aunque realizaban numerosos viajes a París, donde también tenían residencia.
Él, Don Juan Pedro Baró, uno de los principales hacendados azucareros de la isla y hábil financiero, casado en ese tiempo con Rosa Varona, con la cual tenía una hija.
Se conocieron en uno de los grandes salones de baile en París, alejados de las estrecheces e hipocresías de la aristocracia. El encuentro fue breve, corto el diálogo, pero desbordante la ternura que desde el primer momento marcó esta relación, predestinada a desafiar los más conservadores códigos de la época. Esta joven de castaños rizos encontró el verdadero amor bajo la mirada del hacendado Juan Pedro Baró.
El romance había nacido, se mantuvo oculto hasta que fue descubierto por la tía del esposo, Rosalía Abreu de Castro, quien contrata a un detective privado que sorprende a los amantes en una suite del Hotel Inglaterra alquilada por Pedro Baró. Ella pidió la disolución del matrimonio, pero el esposo temía perder el gran prestigio de su apellido. Fue entonces cuando deciden hacer público su amor.
Cuentan que una vez entraron al teatro juntos. Ante la sinceridad de la pareja los asistentes abandonaron, uno a uno, el recinto. Desde el escenario los actores descubrieron conmovidos la triste silueta de un hombre que acariciaba en silencio las lágrimas de una mujer, y como si el teatro estuviera lleno continuaron la función. Entonces Catalina, agradecida, lanzó al escenario todas sus joyas.
El marido, furioso ante el escándalo provocado, la acusa ante la Ley de bigamia y adulterio; en la Cuba de principios de siglo no quedaba mucha felicidad para ellos. En todas las revistas y periódicos aparecían sus fotos con comentarios, acusaciones y hasta inventos. Así fue que viajaron hasta Europa, no para buscar un refugio sino, más bien, para cumplir con un destierro impuesto.
Poco tiempo después, durante una fiesta que se celebraba en la residencia de un cubano en París, Catalina se marcha ocultamente con Pedro Baró, casándose poco después al amparo de las leyes francesas y montan una lujosa casa en París, donde residen con gran fastuosidad.
Huyendo de las acusaciones de bigamia y adulterio impuestas por su esposo, y en busca de consuelo, los amantes tocaron la puerta del Vaticano. Durante gran parte de la tarde el Papa Pío XII escuchó su historia. Quizás conmovido, la máxima autoridad católica bendijo a los dos enamorados y dispuso la disolución del ya caduco matrimonio. Hasta que la muerte nos separe… se escurrió el susurro entre los caprichos del viento y las hojas perdidas cuando al pie de la supuesta tumba de Romeo y Julieta , se juraron amor para siempre.
Corría el año 1917 en Cuba, y el Presidente de la República, Mario García Menocal, firma la ley del divorcio, así los jóvenes decidieron regresar a su tierra, y ese mismo año quedan registrados oficialmente los primeros divorcio en Cuba: los de Luis Estévez con Catalina Lasa y Pedro Baró con Rosa Varona.
Los vecinos del habanero Vedado despertaron los primeros días de 1925 con la sorpresa de ver gigantescos cimientos en la Avenida Paseo. Los afamados arquitectos Govantes y Cabarrocas construyeron esta mansión que el riquísimo hacendado Juan Pedro Baró regalara a su bella esposa Catalina.
Realizada en un estilo totalmente ecléctico, con fachada renacentista florentino e interiores en Art Decó combinado con referencias egipcias, mármoles todos de Carrara. Se dice que la arena usada en los revestimientos se trajo desde las orillas de río Nilo, y los estucos fueron realizados por la casa “Dominique” de Francia, quien envió su personal a Cuba para realizar esos trabajos por el método “en caliente”.
La mesa, para doce comensales, es de mármol blanco construida in situ , con un espejo rectangular al centro. Bordea toda la mesa una cenefa de mármol amarillo con jaspe negro. Las paredes están terminadas con estuco amarillo.
La escalera, diseñada en forma helicoidal, tiene la baranda de hierro entorchado y cuadrangular, con un pasamano de plata laminada. En el centro del hueco que forma la escalera, hay una columna con una escultura de mármol. Al fondo, un vitral de enormes proporciones diseñado por Gaetan Leannin, de la casa A. Billancourt de París. La lámpara que ilumina la escalera es de cristal de Murano.
La jardinería fue proyectada por el francés Forrestier, autor de los jardines del Paseo del Prado , realizada por la casa Lemón Legriñá & Co., a la sazón la mejor de La Habana en este tipo de trabajos. Los muebles diseñados por Pedro Luis Estévez Lasa – hijo del primer matrimonio de Catalina.
En el proyecto también participó el afamado cristalero francés René Lalique, quien años después decoró el monumental panteón que Baró construyó para su señora en el Cementerio de Colón.
En poco tiempo se alzó un palacio soberbio, la primera casa inspirada en el estilo Art Decó en toda la isla. La misma aristocracia que tanto los discriminó y calumnió, asistía a la inauguración en octubre de 1927. Se dice que Baró mandó a diseñar una joya única como regalo a cada uno de los invitados; junto a cuadros de famosos pintores cubanos se enviaron las invitaciones a la inauguración del palacete.
En el jardín de la casona Juan Pedro hizo sembrar un rosal único, llamado “La Enamorada”, una rosa amarrilla, nacida del injerto de floricultores habaneros del Jardín El Fénix, una rosa redonda y de pétalos muy cerrados llamada Catalina.
Comenzaba así una felicidad que no duraría mucho tiempo, pues pocas veces la joven enamorada pudo verla florecer. Parecía que aún con tanto amor se le escapaba la vida. El 3 de diciembre de 1930, en los brazos de Juan Pedro, cerró los ojos Catalina. Su mirada azul se extinguió para siempre. Se apagó el eco, se desvaneció el hechizo de su risa.
Se dice que fue el entierro más elegante de la historia, los hombres vestían de frac y las mujeres de largo. Y a ella se le enterró como se entierran a las reinas egipcias, con todas sus joyas.
Catalina fue sepultada, en efecto, en el panteón que Juan Pedro mandó a construir casi al mismo tiempo que la casa, en la avenida principal de la Necrópolis de Colón; una gran mole de estilo Art Déco, semicircular, de mármol y con dos puertas monumentales que lucen sendos ángeles de alas amplias en bajorrelieve. La obra costó un poco más de un cuarto de millón de pesos en oro.
Pedro murió 10 años después de haber enviudado. Cuentan que se hizo enterrar de pie para velar de cerca el sueño de su amada Catalina, pero la tumba guardó siempre el secreto. Sus puertas con ángeles de granito negro nunca más se abrieron.
Al morir Baró, en la década del 40, su hija se queda con la casa. Al final de los años 50 los Embajadores de Francia la viven por un tiempo; luego en los 60 pasa a ser la Casa Cuba – URSS. A la caída de ésta, la mansión se cierra hasta el 2 de mayo de 1995, fecha en que se inaugura el Palacio de Amor de Catalina y Pedro como “La Casa de la Amistad y la Solidaridad de Cuba y los Pueblos”.
Fuente: Cubarte

4 comentarios:

General Electric dijo...

!Qué historia de amor tan bella, mi ambia! Y en clave modernista. Con cristalería, decorados art nouveau, necrofilia...
Vaya, que faltó na' ma' soltar un par de cisnes por el patio y listo.

Muy fino, compadre. Apretaste.

Anónimo dijo...

ES UNA PENA QUE TODAS LAS PERSONAS QUE ESCRIBEN SOBRE ESTA HISTORIA SE REFRITEN LOS UNOS A LSO OTROS Y REPITAN SIEMPRE LAS MISMAS FALSEDADES.

Anónimo dijo...

ES UNA PENA QUE TODAS LAS PERSONAS QUE ESCRIBEN SOBRE ESTA HISTORIA SE REFRITEN LOS UNOS A LSO OTROS Y REPITAN SIEMPRE LAS MISMAS FALSEDADES.

Anónimo dijo...

En primer lugar, cuando Catalina conoció a Juan Pedro Baró, ya no era una "joven".
En segundo lugar, ella y Pedrito Estévez Abreu no fueron la primera pareja que se divorció en Cuba, por la sencilla razón de que entre ellos no hubo divorcio, sino anulación del matrimonio. Los primeros divorciados fueron otra pareja que nada tiene que ver con esta historia.
Juan no está enterrado de pie, eso es una falacia sensacionalista. Duerme el sueño eterno en una tumba junto a Catalina y a la madre de él, los tres sepultados en la capilla art nouveau del cementerio de Colón.
Juan no se divorció de Rosa Varona para casarse con Catalina. Rosa ya le había puesto el divorcio en Los Estados Unidos mucho antes de que los amantes se conocieran.
En fin...