16/3/08

Los demócratas y Sísifo

Las objeciones históricas para la normalización de relaciones bilaterales, en rigor desvanecidas en los 90 con el surgimiento de un nuevo orden mundial, pueden resumirse, si bien se mira, en dos: Cuba como “proxy” de la URSS y la exportación de la Revolución.

Por: Alfredo Prieto
Un académico norteamericano me dijo el otro día que el principal factor que hoy impide una normalización de relaciones Cuba-Estados Unidos es el gobierno federal y los grupos de interés que intervienen en la formulación-implementación de la política hacia la Isla -según algunos, una reliquia de la Guerra Fría.

Puedo añadir varias cosas a su aserto: las objeciones históricas para la normalización de relaciones bilaterales, en rigor desvanecidas en los 90 con el surgimiento de un nuevo orden mundial, pueden resumirse, si bien se mira, en dos: Cuba como “proxy” de la URSS y la exportación de la Revolución. La URSS se disolvió en 1991 y hoy Cuba mantiene relaciones de normales a excelentes con casi todos los gobiernos latinoamericanos, con muchos de los cuales tiene programas de cooperación en diversas áreas del desarrollo social (no sólo con los de izquierda). Esto introduce un ruido en el sistema de la política exterior de los Estados Unidos, cuyo eco puede encontrarse a menudo en la prensa y los sectores liberales, y es el hecho de mantener relaciones diplomáticas normales con China y Vietnam, dos naciones socialistas regenteadas por un partido único y cuyos récords en materia de derechos humanos, percibidos desde la propia óptica norteamericana, distan mucho de clasificar como aceptables. El discurso administrativo vigente suele fundamentar la diferencia echando mano a las reformas económicas implementadas en ambos países -básicamente, la apertura a la economía de mercado-, pero oculta o minimiza el impacto de los cambios internos acaecidos en Cuba durante los 90, como resultado de los cuales aparecieron nuevos actores sociales -trabajadores por cuenta propia, por ejemplo- que ya no dependen del Estado para su reproducción simple.

Aclaro al lector que no me incluyo entre quienes allá imaginan una normalización de las relaciones bajo una posible administración demócrata, toda vez que la precondición del otro lado consiste en el desmantelamiento del régimen político y en la deposición de su liderazgo -una idea contenida en el concepto de transición-, pero de triunfar el PD en las elecciones (algo que todavía está por ver) la “nueva” política hacia Cuba se dirigiría a corregir la actual en por lo menos tres puntos:

Primero, la intermitencia de los vínculos familiares formales entre ambas orillas, sujetos a aperturas-cancelaciones de los vuelos charters, lo cual implica obvios niveles de pérdidas para los actores corporativos que intervienen en los viajes hacia Cuba y afectaciones en el empleo. También, añado, pérdidas económicas para el lado cubano al disminuir la inyección de dinero fresco de los cubano-americanos a la economía estatal y la emergente.

Segundo, el zig-zag en los niveles de consumo familiar como resultado de la “liberalización” o el recorte del envío de dinero a Cuba (el paliativo, las llamadas “mulas” u otras vías alternativas, seguramente no logran compensarlas). También se ve limitada la fundación de microempresas familiares cuyo capital inicial proviene a menudo del dinero enviado de Miami u otros estados de la Unión donde se concentra la población cubana. Debo escribir, de paso, que la “liberalización” clintoniana de las remesas era en sí misma discriminatoria, porque limitaba a 1,200 dólares anuales el monto por núcleo familiar, una restricción exclusiva para el caso de los cubanos.

Y tercero, la disrupción los intercambios académicos y culturales. La lógica del cahumbambé introduce un nivel de discontinuidad institucional en los contactos entre ambas partes, más allá de la voluntad de los actores concernidos, al obstaculizarse o impedirse la concesión de licencias y/o visados. Ello ha significado, entre otras cosas, la cancelación de programas académicos de corto término en Cuba (para estudiantes de pre-grado) con universidades de la propia Florida, lo cual suprime el choque directo de jóvenes cubano-americanos con la cultura de sus abuelos y padres y obstaculiza la expansión de un “enfoque fresco” hacia el futuro. Se trata de una nueva generación que tiene otros presupuestos ideoculturales y no comparte, necesariamente, ni las visiones ni las obsesiones de sus mayores, y cuya motivación central suele ser la reconexión con sus raíces para perfilar su identidad propia en los Estados Unidos.

Ahí no viene el sol de Harrison, sino la piedra de Sísifo.

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