De nuevo, el anecdotario es abundante. Es de recordar la polémica entre Fidel y un grupo de científicos británicos que trabajaban en el Instituto de Ciencia Animal de la Universidad de La Habana en torno a la cría de ganado, suelos y forrajes. En dicho debate, alrededor de 1964, un ingeniero pecuario cubano nombrado Felipe Quintana (con excelentes credenciales durante la lucha insurreccional) decidió coincidir con los británicos y discrepar de Fidel. A los británicos se les suspendió su contrato y volvieron a Londres, pero los “segurosos” (cubanismo de entonces muy popular en el seno de la clase política para referirse a los oficiales de la Seguridad del Estado) de la señora Malmierca no encontraron nada mejor que recomendar el encarcelamiento del ingeniero Quintana. Cuando se le sometió esta propuesta a Fidel, los que por poco van presos son ellos y no el ingeniero Quintana, a quien Fidel reconoció y protegió en todo momento.
Esos mismos “segurosos” encontrarían luego, hacia fines de los 60, su primer caso estrella con el torpedeo y final anulación del proyecto en Cuba del afamado sociólogo e investigador norteamericano Oscar Lewis[3], autor de Los Hijos de Sánchez (la versión de Lewis sobre esos acontecimientos se encuentra en el prefacio de la obra de Lewis, Four Men: Living the Revolution – An Oral History of Contemporary Cuba, Vol 1, 1977).
Pero, el caso estrella culminante de la señora Malmierca y la antesala del Quinquenio Gris estarán representados por el affaire Padilla, que más allá de todas las diferencias o distancias que Padilla tuviera con el proceso revolucionario, no se justificaba ni por su contenido, ni por los procedimientos policíacos empleados, ni por los costos políticos, incluyendo la pérdida de lealtades entre amigos y simpatizantes en otros países. Años más tarde, otro maltrado de esa época primera, Pablo Armando Fernández, abundó en su libro Junto a las Voces del Designio (larga entrevista conducida por el periodista Luis Báez) con atinados juicios y testimonios acerca de estos episodios que anteceden al llamado Quinquenio Gris.
Menos ruidosos, pero no menos lamentables, lo habían sido los casos o “marañas” (y me disculpan por el uso de cubanismos de la época) contra Virgilio Piñera, César López Antón Arrufat y Eduardo Heras León, cuya postura y reacción fueron bien diferentes a la de Heberto Padilla. A diferencia de este último, aquellos se aferraron a su identidad y lealtad. ¿Y qué podrá decirse de los intentos en contra de Silvio y Pablo que, en común trinchera, pelearon en contra de todo aquello pese a sus ostracismos temporales en la UMAP[4] o en el pesquero Playa Girón respectivamente, pero no menos aferrados a esa misma identidad y lealtad?
Por otro lado, y paralelamente desde mediados de los 60, tiene lugar un importante cambio en la esfera de las instituciones de Educación y Cultura, cuando el recién fallecido José Llanusa Gobel asume la cartera de Educación y con ello el control del Consejo Nacional de Cultura. Llanusa jugaría un papel de primer orden en alentar, promover y respaldar activamente a cuanto Torquemadas tropical quisiera destacarse. Se hizo Llanusa de una mano derecha (con toda justicia cabe el término derecha) de apellido Muzio, de profesión psiquiatra, y cuyos excesos y abusos le ganarían un especial lugar en la memoria del repudio colectivo entre intelectuales reconocidos, jóvenes talentos que surgían e incluso simples estudiantes. En los centros educacionales –las universidades incluídas- Llanusa[5] y sus Torquemadas protagonizaron lamentables abusos. Dos de los más notables fueron los procesos en contra de Servando Cabrera Moreno –uno de los gigantes de la plástica cubana-, separándolo de su cátedra en el Instituto Superior de Arte y contra Samuel Feijoó –escritor prolífico, folklorista, sociólogo sin título, ensayista de primera, animador cultural, pintor y fundador de valiosas publicaciones ya desaparecidas tan importantes como Islas y Signos- en su querida Universidad Central de Las Villas. A diferencia de Padilla, en estos dos concurrían dedicación y compromiso con la Revolución, como en los mencionados casos de Silvio y Pablo, Virgilio Piñera, Antón Arrufat, Eduardo Heras León o César López. Mientras, su creación artística intentaba ser silenciada y anulada por los Torquemadas menores de Llanusa, quien justificaba y respaldaba tales acciones.[6]
Al binomio Malmierca-Llanusa (seguido después con inicial vehemencia por su sustituto proveniente de las FAR, el Comandante José R. Fernández) se suman otras dos instancias indispensables para comprender el tantas veces mencionado Congreso de Educación y Cultura de 1971. Por un lado, la Comisión de Orientación Revolucionaria, más tarde Departamento de Orientación Revolucionaria (hoy Departamento Ideológico), bajo la égida de Orlando Fundora, auspiciará y respaldará buena parte de las acciones e intentos de sentar cátedra y dogma en la esfera de la cultura por parte de los ya mencionados.
A lo anterior, se sumará, por último, la enorme influencia del MINFAR, de dos maneras diferentes. Primero, mediante un discurso a puertas cerradas que pronuncia Raúl Castro en contra del llamado diversionismo ideológico. Ciertamente, EEUU en su confrontación con Cuba, desplegaba directa o indirectamente todo un instrumental encaminado a erosionar los fundamentos ideológicos y políticos del proyecto cubano. Esto era, y todavía es, algo innegable. Pero, ir más allá y suponer que literatura, plástica, teatro o cine de otras latitudes, en suma el arte universal, debían asumirse con ojo policíaco y tomar las medidas necesarias en contra de ese arte, o del arte en general mejor dicho, interno y externo, no santificado y oficializado fue lo que los Torquemadas tropicales interpretaron e intentaron convertir en doctrina oficial.
¿Era esto lo que Raúl Castro quiso decir? ¿Instruyó él de manera explícita a que se procediera de esta manera?¿O interpretaron los Torquemadas tropicales que para ascender en su escala de valores y congraciarse con el poder era precisamente eso lo que debían hacer? Ciertamente, tal discurso los alentaba y sentaba cierta base de legitimidad para sus abusos, aunque también es cierto que Raúl Castro no hizo explícito ni escribió una directiva santificando los desafueros que sobrevendrían.[7] Sin embargo, lo cierto es que dicho término –diversionismo ideológico- se convirtió en la base de sustentación de tales sujetos y de sus acciones nefastas durante aquellos años de la década de los 70.
Lo segundo a tomar en consideración, fue que la Dirección Política Central de las FAR bajo Fernando Vecino Alegret primero y después bajo la jefatura de Antonio Pérez Herrero jugaron a semejante interpretación y se distinguieron por promover a Pavón y demás personajes, aplaudiendo sus proyecciones y acciones, empleando la revista Verde Olivo y su programación radial como cajas de resonancia.
La combinación de estos cinco factores –la señora Malmierca, Llanusa, Muzio y su equipo seguido por Fernández, Orlando Fundora desde la COR, la utilización de los discursos de Raúl sobre el diversionismo y Pensamiento Crítico y la actuación de Vecino Alegret y Pérez Herrero- fueron responsables desde la segunda mitad de los 60 hasta la creación del Ministerio de Cultura de las acciones que muchos ya han descrito con la fuerza de sus testimonios (Desiderio, Fornet, Colina y otros). Representaron una fuerza real, una amenaza real, causaron daños notables y peor aún, ejercieron un poder intimidatorio –fomentar el miedo no tiene perdón ni excusa- y retardatario de primera magnitud y no por un quinquenio ni un decenio. Esta misma combinación de tendencias y fuerzas es la que promueve, controla y domina el llamado Congreso de Educación y Cultura, en 1971, simbolizando el apogeo de la contra-corriente al Congreso Cultural de La Habana de 1968.
No pocos, que no debían haberlo hecho, se incorporaron activamente a esta corriente de ortodoxia marxóloga sovietizante con tintes tropicales, incluyendo algunos que luego tomarían rumbos bien opuestos como Raúl Rivero, Norberto Fuentes, Eliseo Alberto “Lichi” Diego, Manuel Díaz Martínez e incluso los ya difuntos Jesús Díaz (el cual se empeñó en negar su pertenencia a los órganos cubanos de la Seguridad del Estado, cuando media Habana sabe que sí lo había sido) y Manuel Moreno Fraginals, que se nos convertía durante años en conferencista y consejero personal en temas de cultura general de Tony Pérez y su equipo. Para muchos en el mundo cultural de entonces tales figuras fueron claramente percibidas como portavoces de una tal política y beneficiarios privilegiados de este sector de la cultura oficial.
Pero, ¿acaso era esto que describimos la conducta del poder en Cuba? Ciertamente, NO. Era en efecto la de una parte importante del poder, poderosa, influyente y muy destructiva en diversos planos. Pero, más importante todavía es entender que esta situación tenía una contrapartida no menos importante y no menos influyente que pugnaba, cuestionaba, detenía o neutralizaba o equilibraba mucho del quehacer destructivo de esas otras instancias y de las ideas de que eran portadoras. Quien no quiera entender ni reconocer esos tiempos en este contexto, es porque desconoce la realidad histórica del proceso cubano, conoce sólo una parte de la trama o insiste en su enfoque unilateral por las más diversas razones.
A los que representaban lo que pudiéramos llamar el bloque de la cultura oficial o anti-cultura, se le oponía, de mil maneras diferentes, lo que pudiéramos llamar el bloque de resistencia o libertad real. Si los Torquemadas tropicales tuvieron y tienen nombres y apellidos, aquellos que levantaron su voz y actuaron, pública y privadamente, también los tuvieron: El Ché, Osvaldo Dorticós Torrado, Carlos Rafael Rodríguez, Haydée Santamaría, Armando Hart Dávalos, Alfredo Guevara, Raúl Roa García, Celia Sánchez Manduley y otros, se contaron entre aquellas figuras del poder que no secundaron esos rumbos y apoyaron y protegieron un concepto más creativo y amplio, tolerante y polémico, y que respaldaron activamente a muchos intelectuales y creadores. La proximidad con Fidel de estas figuras que menciono –amén de un anecdotario abundante que lo ubica en oposición a los representantes de la anti-cultura- sugiere a todas luces una evidente interacción entre ellos y el beneplácito del primero. Otros ejemplos pudieran ser citados para confirmar esta manera indirecta, pero de apoyo y legitimidad, a los que se oponían a la corriente que insisto en llamar anti-cultura.
Más arriba mencioné que en el propio MININT también se enfrentaban diferentes posiciones. La señora Malmierca o el propio Ramiro Valdés bien poco tenían que ver con Sergio del Valle o Manuel Piñeiro, figuras estas de una mayor visión y cultura o incluso, en determinadas circunstancias, del propio José Abrantes, sobre todo años más tarde.[8]
Si todo esto tiende a confirmar lo que trato de presentar como propuesta central, consideremos además lo que ocurrió a nivel legal. No puede pasarse por alto nunca que el propio Tribunal Supremo, el de Cuba, no el de Moscú o Beijing, fallara a favor de aquellos que presentaron en su momento sus respectivas demandas legales en contra de tales abusos. ¿Ocurrió algo de esto bajo el Stalinismo?! Ni pensarlo! El anecdotario para ilustrar todo esto sería largo y alcanzaría para llenar un interesante volumen.
Por eso insisto en lo que pudiera aventurarse como mi propuesta de interpretación: ni quinquenio gris ni decenio negro ni 49 años color de rosa, sino un proceso constante, continuo, contradictorio, de flujo y reflujo, de experiencias e ideas contrapuestas en cuanto a la mejor o peor conducción del proyecto cubano.
Por esta razón, nunca faltaron a los cubanos las mejores manifestaciones del arte y la literatura en general, lo mejor del cine norteamericano, latinoamericano, europeo y japonés[9], de abundante música norteamericana en ondas nacionales, aunque con frecuencia sólo en instrumentales. Y que lo mismo ocurriera con la literatura latinoamericana y de no pocos autores norteamericanos y europeos, asi como con otras muchas manifestaciones artísticas.
Como estudiante de Historia que fui puedo testimoniar que para entender a los EEUU no estudié ningún manual soviético, sino autores norteamericanos (ninguno de ellos de filiación comunista) y para la Historia Universal a Maurice Crouzet y su grupo de académicos franceses, aunque en filosofía y economía sí tuviera que digerir a los manuales soviéticos en los años 70, cosa que no ocurría en los 60. Y en Historia de Cuba, Sergio Aguirre –contrario a lo que se afirma por algunos en Miami y otras partes- jamás logró desplazar ni competir seriamente con la indispensable obra de Ramiro Guerra, Jorge Ibarra, Hortensia Pichardo, José Luciano Franco, José A. Portuondo, Francisco López Segrera, José Tabares del Real y otros, que fueron maestros de generaciones enteras. Como bien argumentara con insistencia Carlos Rafael: La Historia de Cuba no puede escribirse ni explicarse sin la presencia de la obra monumental de Ramiro Guerra. Estos extremos se expresaban en la realidad cubana. Prohibiciones de ciertos textos y autores sí las hubo como también libros situados en condición de RESERVA en la Biblioteca Nacional o ediciones limitadas, sólo accesibles mediante cartas de organismos. Con el cine y la TV ocurrían episodios no menos lamentables como los descritos ahora con toda autoridad por Colina o por la desaparecida Consuelito Vidal, mucho antes de todos estos debates.
Sin embargo, mi propuesta de interpretación es que se trata de ciertos ciclos o períodos, con prohibiciones coyunturales o limitaciones puntuales y no sistémicas, corrientes y acciones que no se originaron nunca a partir de planteamientos o instrucciones de Fidel Castro, sino de otras instancias y sectores del poder. Y mucho más: estamos hablando y discutiendo acerca de lo ocurrido en los ámbitos de la política cultural y sus diversas esferas, pero un cuadro no menos controversial y accidentado pudiera abordarse –espero que algún dia se haga- acerca del terreno de las políticas económicas y nuestras experiencias, cuyos episodios datan igualmente de los albores mismos de la revolución, continuaron a lo largo de los 60, 70 y 80 y hoy reverdecen bajo el prisma de alcanzar un mejor futuro. Así, aproximadamente, se condujeron las cosas en esos largos decenios y los debates por los que hoy se transita confirman plenamente la necesidad y vigencia de los mismos.
Encontramos en estas décadas luces y sombras, oscurantismos y momentos brillantes. Se fue desde herejías fecundas como Lunes de Revolución y más aún de Pensamiento Crítico [10]– cuya clausura en los años del llamado quinquenio gris es, con certeza, el capítulo más oscuro y dañino- hasta la destrucción del Guiñol de los Camejo, desde las herejías de Fellini, Rocha o Wajda o lo mejor de Kurosawa hasta las prohibiciones que nos detalla Colina o tener que ir a la Biblioteca Nacional para leer a Ian Fleming o Jorge Luis Borges. Nunca hubo un desenvolvimiento lineal ni monolítico y en esto guarda la experiencia cubana una notable diferencia con el Stalinismo o el Maoísmo.
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6 comentarios:
Interesante lección de anatomía, Gentle. Igualmente importante ventilar la historia desde lentes alternativos.
Respecto a los "cubanismos de moda" te los perdono todos. El que no te perdono es "cartera de educación"... que picúo bro!.
Un abrazo
Aretino, recuerda que yo no soy el autor del articulo.
Saludos
Eso de "quinquenio gris", amigo Gentleman, es una etiquetica que nunca me ha satisfecho del todo: implica que lo que hubo antes y después era blanco como las nieves del Kilimanjaro.
saludos
Ya se, ya se Gentle! déjame darle cuero indirectamente al autor, hermano!
Siempre es bueno releerse estas historias, teniendo en cuenta que otros acercamientos sacralizan o premian, en polos opuestos. Para mi generación, a la que mucho de esto
le llego en reelaboraciones, siempre es buna una segunda mirada.
saludos
Siendo estudiante de la Escuela Nacional de Artes a finales de los 70s, siempre hubo uno dualidad que apuntaba a este conflicto: por un lado teniamos a "los rusos", es decir profesores sovieticos o cubanos graduados por aquellos lares, cuya formacion academica causaba admiracion entre muchos de nosotros. Por otra parte teniamos profesores que habian sido parte de las vanguardias artisticas de los 40s, 50s. Teniamos a Antonia Eiriz o en mi caso especifico, Antonio Vidal, uno de nuestros mejores abstractos.
Por otra parte estaban los planes de intercambio para irse a estudiar a "bolandia" y como contrapartida teniamos el Cineclub que nos traia lo mejor del cine europeo e incluso la obra de vanguardia de corte contestatario que se producia en los llamados "paises socialistas".
Siempre crei que la aspiracion de reglamentar el arte en la frase "Con la Revolucion..." tuvo el valor retorico de crear un contexto de confusion, mas que definir una politica.
Un blog llamado Los Miquis de Miami aborda con lente crítico esta reflexión de Amuchástegui. Salen algunas cositas interesantes del tipo.
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