El periodista Gaspar Rullán, del diario digital español Cordoba, sugiere el modelo vietnamita. Y así nos lo explica:
Tarde o temprano, los cubanos tendrán que hacer frente a un futuro sin Castro, y las alternativas que se les presentan son varias. Para empezar, no pueden esperar nada de los exiliados de Miami. Estos, habiendo gustado las mieles del estilo de vida norteamericano, no estarán dispuestos a volver a su isla para ayudar a desarrollarla económicamente. Unos volverán para ver a sus parientes y amigos y, quizás, para llevárselos al paraíso yanqui; otros volverán de turistas para ver los lugares de sus padres y abuelos, y otros, volverán con la intención de exigir la devolución de sus propiedades expropiadas, para poderlas vender al mejor postor extranjero. Cuba tampoco puede seguir el ejemplo de la transición rusa, con una salvaje privatización y liberalización de la industria y el comercio, lo que llevaría, como llevó a Rusia, a la corrupción y al monstruoso engendro de las mafias. Pero Cuba tampoco puede continuar como está ahora. Es cierto que en muchos aspectos la isla caribeña está mucho mejor que la mayoría de los otros países latinoamericanos: la esperanza de vida y los índices de alfabetización son los más altos de América Latina, el porcentaje de PIB dedicado a la educación y la sanidad es también de los más altos de aquel continente, así como el número de médicos por habitante. Y en el Indice de Desarrollo Humano confeccionado por el PNUD, Cuba ocupa el quinto lugar en América del sur, sólo muy poco por detrás de Argentina, Chile, Uruguay y Costa Rica. Pero, a pesar de estas cifras positivas, la vida diaria del cubano es muy difícil debido a la persistencia de las cartillas de racionamiento para los bienes esenciales, la estrepitosa falta de bienes de consumo normales y los altos precios en comparación con los bajos salarios. Y esta situación hay que cambiarla, pero, ¿cómo?.
Rechazadas las alternativas arriba mencionadas, quizás la solución ideal en el proceso de transición sería el modelo vietnamita de una "economía mixta según los mecanismos del mercado y bajo la gestión del Estado, siguiendo la orientación socialista", como proclama la Constitución vietnamita de 1992, nacida como fruto del movimiento Doi Moi de renovación, iniciado en 1986. Este año, el VI Congreso del Partido Comunista hizo una profunda autocrítica de la situación del país, llegando a las siguientes conclusiones: primero, se admitió la necesidad de mantener, junto a las iniciativas económicas del Estado, un sector de economía privada, con los mismos derechos que el sector estatal; segundo, la gestión de todos los sectores económicos, incluidos el estatal, no debían basarse más en criterios puramente políticos, sino en criterios de rentabilidad, y la movilización política e ideológica debía ceder el puesto a incentivos materiales; y, tercero, el dogma de la prioridad de la industria pesada debía ser rechazado y se debía dar prioridad a la industria ligera y la industria artesanal, centradas en la producción de bienes de consumo. La tierra se privatizó, y cooperativas, así como pequeñas industrias y comercios, empezaron a florecer por todo el país. El resultado ha sido espectacular. Vietnam hoy tiene uno de los índices de crecimiento económico más altos del mundo, el paro se ha reducido a unos mínimos y en los miles y miles de pequeños comercios esparcidos por todo el país se puede encontrar lo mismo que se encontraría en cualquier mercado europeo. Es cierto que todavía el nivel de vida es relativamente bajo, y, para ello, el Estado tiene como preocupación constante una lucha contra la pobreza, basada en la equidad, la igualdad de género y la protección del medioambiente, lo que ha tenido como resultado que los frutos del desarrollo estén mucho mejor distribuidos que en otros países, como, por ejemplo, la India, que también experimentan un alto grado de desarrollo. Vietnam tiene hoy lo que su Constitución define como un sistema de "centralismo democrático", y que se podría llamar también de "democracia descendente", es decir, un sistema en el que los ciudadanos no participan plenamente en la elección de sus líderes, pero la inmensa mayoría de los ciudadanos sí participa en los frutos de las decisiones tomadas por estos líderes.
Este sistema de partido único todavía tiene, desde el punto de vista occidental, muchas limitaciones, pero, por ahora, funciona. Una publicación oficial de gobierno se plantea con toda honestidad la pregunta fundamental de: "¿A dónde va Vietnam con este sistema?", y la respuesta es la que se podría aplicar muy bien a Cuba: "No lo sabemos, pero sólo pedimos que nos dejen a nosotros, sin interferencias externas, decidir nuestro futuro".
4/2/07
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