Por: Alfredo Prieto
La literatura de viajes constituye uno de los lugares óptimos para captar las percepciones de los norteamericanos sobre Cuba y su cultura. Este conjunto literario lo conforma un espectro bastante amplio de emisores: turistas ordinarios --uno de ellos, de origen rumano--, periodistas, ex funcionarios, hijos de exiliados, y hasta un ama de casa californiana que acompañó a su consorte europeo durante una contratación en la isla. Se caracteriza por un escaso conocimiento de la realidad que pisa, así como por la voluntad de testimoniar los cambios y los nuevos actores sociales --cuentapropistas, trabajadores del turismo, ejecutivos de firmas extranjeras, etc.-- y, sobre todo, por dar cuenta de las decepciones y rupturas que inevitablemente arrastran las crisis.
No es, pues, una literatura de reconocimiento, ni mucho menos de afirmación. Estos textos están sobredeterminados por las expectativas de derrumbe del sistema político cubano, y por las peculiaridades de la vida en la Isla, en demasiados casos personalizadas en las llamadas jineteras, que algunos de los autores disfrutan y gozan. Evidentemente, se trata de un conjunto diverso y de calidades desiguales: abarca desde contribuciones apreciables --a decir verdad, no muy abundantes--, hasta otras de cuestionable o nulo valor que, lejos de contribuir a un real acercamiento entre ambas culturas, se mueven en una zona difusa entre el panfleto, los estereotipos y los lugares comunes que pueden advertirse en el periodismo que se ejerce sobre Cuba en los Estados Unidos.
Pero no puede entenderse a cabalidad si no se tiene en cuenta que de un tiempo a esta parte se ha venido produciendo en ese país una (re)composición de la imagen de Cuba que se afinca en un sedimento cultural y en una increíble persistencia de la memoria. Sus contenidos más reiterados, transidos por la nostalgia y la dimensión de lo perdido, remiten a una isla elusiva borrada del mapa cultural durante la Guerra Fría, pero ahora (re)descubierta en sus atributos aludidamente totalizadores y esenciales. Informo al lector que son estos cuatro: ritmo, erotismo, sexo y placer mundano --es decir, los mismos resortes que los impulsaban a viajar antes de 1959. Lo resume de algún modo una página web que promueve el (ilegal) turismo hacia Cuba, una isla de “mamacitas negras con tabacos enormes y con turbantes a lo Carmen Miranda” --personajes que habría que buscar como agujas en un pajar al llegar a la isla firme, más allá de los alrededores de la Plaza de Armas y la Catedral de La Habana. Y también el boom que tuvo hace unos años Buena Vista Social Club, con su falso mensaje de una isla no tocada por la globalización.
Quizás el mayor problema es que esta perspectiva, silenciadora de un cambio cultural y social de casi medio siglo, no suele matizarse o modificarse después del contacto físico, porque los norteamericanos vienen a Cuba a comprobar lo que creen saber de antemano: los de izquierda, a tocar el paraíso; los de derecha, el infierno.
La literatura de viajes que circula profusamente en los distintos circuitos --de librerías públicas y bibliotecas universitarias a amazon.com-- da abrumadora fe de ello. Vista desde aquí, la principal continuidad de este corpus narrativo con su homólogo del siglo XIX consiste en su etnocentrismo, pero se pudieran distinguir otros rasgos: el desconocimiento del otro, la dependencia a fuentes que se reciclan a sí mismas, así como los estereotipos largamente construidos por la cultura norteamericana al mirar a Cuba y lo cubano --del filme Weeekend in Havana al serial televisivo I Love Lucy.
El crítico y ensayista cubano-americano Gustavo Pérez-Firmat ha hecho notar, con razón, que para los norteamericanos, culturalmente hablando, Cuba en verdad no existe, sino que se subsume en un conjunto de estereotipos sobre hispanos, latinos, caribeños, gentes tropicales, musicales y sensuales. Probablemente por ello, y también por las diferencias ideoculturales que hay entre el Estrecho y la Isla, los norteamericanos --o por lo menos buena parte de ellos--, estén fatalmente condenados a la repetición.
Alfredo Prieto. Ensayista y editor jefe de la revista Temas. Reside en La Habana.
5/9/07
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4 comentarios:
Este ensayo de Alfredo Prieto expone generalidades bien interesantes: la carnavalizacion de la imagen de la Isla y sus habitantes por el recien llegado que no los entiende. Algo que recurriendo a extremos metahistoricos se puede retrotraer al Almirante y sus Diarios de Navegacion.
Lo que yo me pregunto, Gentleman, es si en algun lugar Prieto aborda el tema con referencia a textos contretos, a autores especificos. Me quede con ganas de verlo mencionar un solo ejemplo concreto...
saludos
El trató con mayor detalle ese tema de la percepción cubana por la prensa norteamericana en un libro titulado El otro en el espejo. Parece que en ese artículo,por razones de espacio,tuvo que abreviarlo, aunque coincido contigo en que debió ejemplificar. Pero la percepción superficial a lo NatGeo, es evidente.
Gracias,
te pregunte porque me imagine que en alguna otra parte estaria ampliado lo que aqui es un resumen (se percibe en la redacciones del trabajo ese conocimiento de fondo) y ese tema mi interesa bastante...
gracias de nuevo
Los datos del libro son: Prieto, Alfredo. El otro en el espejo, Ediciones UNION. La Habana, 2004. 155 páginas.
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