Alfredo Prieto vuelve a tocar el tema de la heteroimagen, esta vez desde la percepción del pueblo cubano sobre sus vecinos norteamericanos. El artículo anterior, titulado "Condenados a la repetición", pueden buscarlo en el archivo del blog (5 de septiembre 2007).
Reaccionando a un artículo anterior, que abordaba las visiones y representaciones de los norteamericanos sobre Cuba, un lector de 7dias casi me desafió, si lo entendí bien, a escribir sobre lo opuesto, es decir, las visiones y relaciones de los cubanos con los Estados Unidos, un tema sobre el que también he venido reflexionando y será el centro de mi próximo libro. Voy a hacerlo en dos partes. Esta primera versará, básicamente, sobre José Martí.
Paradigma de la opción del rechazo político, Martí vivió en los Estados Unidos quince años de su vida organizando una guerra de liberación nacional, y legó el deslinde de dos Norteaméricas --la de Lincoln y la de Cutting-- imposible de obviar en medio de otras valoraciones definitivas: “Y Cuba debe ser libre –de España y los Estados Unidos”, escribió en uno de sus apuntes, porque conocía sus políticas a fondo.
Pero junto a esto, como en una movida de péndulo, está también en él la atracción y el reconocimiento de una cultura que entendió y valoró como nadie en su momento americano. Expresó así no solo su oposición a la Norteamérica oficial, a los monopolios, los millonarios y al expansionismo de la "Roma americana" --al punto de escribir sobre lo último, como una obsesión, apenas unas horas antes de su muerte--, sino también a ciertos componentes de la sicología social norteamericana como el desmedido culto a la riqueza, la irracionalidad social y la violencia, elementos constitutivos del carácter de la nación prácticamente desde su surgimiento como categoría histórica suficiente.
Por sobradas razones, hoy los libros de Historia de Cuba utilizados en la enseñanza primaria, media y media superior se basan en Martí y enfatizan en distintos grados los aspectos sórdidos de la presencia norteamericana en Cuba, y en especial los problemas derivados de la hegemonía de los Estados Unidos en detrimento de la autodeterminación y la soberanía nacionales. Estos textos transmiten al estudiante la memoria histórica, vista a través del ethos nacional, al conectarlo con aspectos medulares de la relación bilateral, tales como la oposición a la independencia de Cuba por parte de las administraciones norteamericanas del siglo XIX, el anexionismo y la valoración que de él hiciera José Martí, las intervenciones militares, la Enmienda Platt, la creciente enajenación del patrimonio cubano, la injerencia en los asuntos internos durante la República y los intentos de la CIA por destruir al nuevo régimen y asesinar a sus dirigentes desde los inicios del proceso.
Sin embargo, hay aquí un problema: la realidades previas, sustentadas en estos y otros referentes, conducen al alumno a un "estado mental" donde prácticamente todo lo norteamericano se valora como nocivo y enajenador de la esencia nacional. No suelen establecerse distinciones entre los efectos negativos de aquella hegemonía y la presencia de influencias culturales que no cumplieron, necesariamente, una función perversa o contraria a la cubanía.
Resultan escasas, por ejemplo, las alusiones a los norteamericanos que, a contrapelo de la postura de su Gobierno, asumieron actitudes prácticas favorables a la verdadera independencia de Cuba, aunque se conozca bastante, si no por los libros de texto sí por la educación extraescolar, la presencia en la manigua de Henry Reeve, "Enrique el Americano", junto a los mambises, y hasta en los dibujos animados de Elpidio Valdés aparezca eventualmente algún personaje norteamericano luchando junto a los cubanos en el campo insurrecto, como también españoles.
Estas ausencias contribuyen en definitiva, a identificar todo lo norteamericano como enemigo, a despecho de lo que ocurre en el discurso del liderazgo nacional en el sentido de diferenciar --y la referencia al ideario martiano resulta aquí inevitable-- pueblo y gobierno como dos entidades distintas.
Alfredo Prieto. Ensayista y editor jefe de la revista Temas. Reside en La Habana.
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