1/9/07

Continúa el debate ideológico en Cuba, ahora mismo

Con el artículo titulado "Baseball y medios de comunicación", Alma Mater (no 452, junio de 2007) inició una polémica acerca de la esfera pública y la cultura del debate en el socialismo, desde la óptica de las revistas culturales. La discusión se originó en La Cafetera, sitio habitual de «controversia» de la Facultad de Comunicación (FCOM) de la Universidad de La Habana, y fue conducida por Lázaro Rodríguez, jefe de redacción de la revista Temas. Integraron el panel los editores Esther Pérez y Gabriel Caparó, de la revista Caminos del Centro Memorial Dr. Martin Luther King Jr. y La Ventana, de la Casa de las Américas, respectivamente; Aurelio Alonso, subdirector de Casa de las Américas ; Norberto Codina y Tamara Roselló, directores, en ese orden, de La Gaceta de Cuba y Alma Mater . Toda vez que los panelistas sentaron las premisas de la discusión, publicadas en el número de referencia, el auditorio se involucró. A partir de su intervención, Jesús Arencibia, profesor de la FCOM, nos entregó el presente trabajo.

El ensueño y los ladrillos
Cuando escuché hablar a un entrañable profesor de Periodismo acerca de «los interminables debates filosóficos de la beca», sospeché que exageraba. Yo comenzaba el primer año de la carrera y no podía imaginar que en un albergue, por universitario que fuese, se discutiera tanto y con tal profundidad. Claro, todavía tenía muy frescas las inmadureces del pre y aún no conocía la sabia definición de que «la universidad no sirve para nada, excepto, para pensar».
Pasó el tiempo y pasó… mucho calamar por nuestras bandejas, demasiadas escaleras (a falta de ascensores) por nuestros pies, bastante sudor en nuestras noches desventiladas. Y estuvieron los debates. Tan de chiquillos, como para morirnos de la risa, pero tan de hombres como para impulsarnos a cambiar el mundo. Casi siempre arrancaban con los problemas terrenales de la bandeja, el ascensor o el libro ausente en la biblioteca, pero enseguida alzaban vuelo.
Cada noche construíamos y reconstruíamos la Patria, la gobernabilidad, el socialismo, la izquierda… Jugábamos a ser fiscales intransigentes para cuestionárnoslo todo y defensores apasionados para refutarlo. En los combates oratorios, como en cualquier combate que se respete, todos queríamos llevarnos el triunfo, que en este caso era dejar sin palabras al contrario. Pero primaba la fraternidad, pues combatíamos desde el mismo lado.
Era recurrente —y obvio— que enfocáramos los asuntos más o menos así: ¿qué debe hacer la juventud ante tal dilema? ¿Qué queremos, debemos o podemos hacer nosotros para realizar tal empeño? ¿Cómo la prensa puede proyectar la sociedad que anhelamos? Pero el deber, el querer y sobre todo el poder se nos trababa con algunos ladrillos que salían continuamente al paso. Ahora que Alma Mater invita a pensar la cultura del debate, recuerdo aquellos ladrillos, que al parecer, siguen entorpeciendo el camino. No son grandes descubrimientos, pero vale la letra mencionarlos, a ver si entre todos hallamos el antídoto.
1. El miedo al riesgo. En nuestra sociedad, resultante de una asombrosa vocación de irreverencia y libertad, pervive, no obstante, en algunos el miedo. Aunque la violencia callejera excesiva, los torturados, los desaparecidos, constituyen realidades pasadas; sí existen puertas que se cierran automáticamente cuando alguien dice algo que no conviene. De ahí los comentarios: «no digas esto, que te marcas», «no hables así, que no es adecuado». Sabemos que la mayoría de los portazos no responde a políticas establecidas, ni mucho menos; que se trata de estrecheces mentales de algunos «empoderados». Pero hacen daño. Bastante. Y generan a veces una delirante autocensura.
2. El síndrome de plaza sitiada. La intervención norteamericana de 1898, las mediaciones de los cónsules yanquis durante la república neocolonial, el ataque a Playa Girón, la amenaza nuclear de Octubre o los atentados a dirigentes cubanos, entre cientos de ejemplos, no son una fantasía de nuestros líderes políticos o un divertimento de nuestros historiadores. Constituyen una triste verdad, tan verdadera como la geografía que nos coloca en el traspatio de Washington. Pero a fuerza de defendernos y cerrar filas, por momentos hemos llevado a extremos contraproducentes la sensación de sitio. A veces da la impresión de que el bloqueo interno a opiniones críticas es tan fuerte como el externo a la economía. Y así es muy difícil avanzar. Hemos tenido que levantar «un parlamento en una trinchera»; pero que la trinchera, salvo casos extremos, no se trague al parlamento.
3. El monopolio de la información. No se puede temer tanto a la información. Una Revolución «que no dice cree, sino lee» tiene que dejar leer, en su sentido más amplio. ¿Por qué debemos ver «lo mejor de Telesur», cuando Telesur toda supone una propuesta con empeños alternativos, contrahegemónicos, revolucionarios? Si celebramos ferias del libro al alcance de todas las manos, con tiradas millonarias, ¿por qué cerrar tanto la programación de la pequeña pantalla? Quién lea a Martí, Pablo de la Torriente, Dulce María, Cervantes, Shakespeare… ¿no sabrá discernir entre lo intrascendente y lo valedero, lo superficial y lo profundo, lo nuestro y lo enemigo? ¿A qué seguir masticándole, cual padres benefactores, lo que debe deglutir? Tampoco hay que ser ingenuos en un milenio que se inició con el golpe mediático a la Revolución venezolana. Se trata del equilibrio, el utópico equilibrio, que, sin embargo, no podemos dejar de perseguir.
4. Las ambigüedades babélicas. ¡Qué daño nos ha hecho la ambigüedad! Nunca se ha definido qué es lo que está «dentro» y qué es lo que está «contra». Ni quién debe decidirlo. Si es verdad que en coyunturas extremas Patria, Socialismo, Cubanía y Decoro se aprietan en un puño para salvar la ruta; en la vida cotidiana, no hay por qué mezclarlos a cada segundo. Se puede ser cubano hasta la médula y no compartir criterios socialistas; o ser socialista y revolucionario y estar en desacuerdo con medidas gubernamentales; o no ser socialista, ni revolucionario, ni partidario del gobierno y tener un decoro mayúsculo. La tolerancia: para y con todos. No hay justificación para convertir nuestra cotidianidad en una Torre de Babel.
5. El puritanismo a ultranza. ¿A qué responde el afán de mostrarnos como no somos? ¿Por qué edificamos para nuestros héroes pedestales de mármol inalcanzables? Céspedes, Maceo, Guiteras, Celia, son cubanos excepcionales que también lloraron, rieron, cometieron errores, y tal vez en algún instante fueron burlones, insolentes, malcriados. Como ellos, el cubano de a pie, da su sangre por ensueños intangibles y protesta por la cola del camello; grita apasionado en la Plaza y hace un cuento de Pepito entre consigna y consigna. Es un patriota gozón. Sus sencillas y trascendentes historias están al doblar de la esquina. ¿Por qué el lenguaje institucional y mediático no las incorpora? ¿De dónde serán, ¡ay mamá!, esos que «plantean en el marco de una actividad» o «patentizan» frente al lente de una cámara, su vocación de «bastiones indestructibles»?
6. La «planificación» total. Instituciones, organizaciones, sindicatos, CDRs, núcleos, comités, asociaciones, círculos… uffff… conforman un entramado que por instantes no da cauce a las iniciativas individuales. Todo permanece tan planificado, jerarquizado, cuadriculado, que si a alguien se le ocurre poner un cartel en contra del bloqueo en su casa, tal vez hasta le pregunten si lo consultó con las estructuras correspondientes. El entusiasmo, la crítica, el debate, no se pueden «bajar» por reglamento. «…Se ha hablado de la necesaria espontaneidad, la alegría de la juventud —nos decía el Che—, entonces la juventud (…) ha organizado la alegría. Entonces los jóvenes dirigentes se han puesto a pensar qué es lo que debe hacer la juventud, porque debe ser alegre, según definición. Y eso precisamente es lo que convertía en viejos a los jóvenes. (…) Simplemente haga lo que piense y eso tiene que ser lo que hace la juventud». Por otra parte, en asuntos que todos desearíamos ver realmente planificados, abunda la improvisación y la inconstancia, el síndrome de las «tareas de choque». Y ya que las mencionamos, este sería un último ladrillo.
7. El lenguaje de tareas. «Ustedes, tienen el deber de…» «Su misión consiste en…» «Cumplan las tareas siguientes…» Con ese estilo se suele asignar a los jóvenes la mayor parte de las actividades que supuestamente les corresponden. Uno podría preguntarse: ¿Quién le dijo a Panchito Gómez Toro que fuera a morir junto a Maceo? ¿Quién le dio esa tarea? ¿Quién orientó a Mella y su generación que comenzaran a levantar una universidad, una política y un país radicalmente distintos?
¿Quién mandó a José Antonio a detener con su voz el reloj de la historia? Cada generación descubrió sus tareas: tanteó, acertó, erró; pero hizo con sus propias manos un camino. Auscultó la realidad nacional, buscó los referentes históricos, y trató de aproximar la Isla al sueño pospuesto.
¿Que el sueño sigue siendo el mismo? Es cierto. Pero nadie debe dictar cómo soñarlo. Los grandes maestros, que alientan desde el futuro, enseñan el que Martí definiera como primer deber de cada hombre: pensar por sí mismo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Poco a poco se va abriendo la discusion y se pone en crisis el modelo cerrado del cagalitroso.

Anónimo dijo...

sigan los ingenuos pensando en que eso es apertura cuando lo que estan midiendo la temperatura de la calle y los intelectuales para ver por donde y hasta donde abrir la llave pero sin libertad total aquello no lo arregla ni el medico chino
Colmillo Blanco por la carretera

General Electric dijo...

Hace rato no leía algo tan inteligente, de tema político, cocinado dentro de la Isla. En lenguaje muy moderado, pero sustancial y sin ser lameculo.
No encontré un sólo punto con el que no estar de acuerdo.

Gracias por el "posting"